PABLO LÓPEZ RIOBOO
Cuentan los macarenos que su madre es caprichosa. Esa que orquestó en silencio la creación de un festival que volvió a unir a la hermandad con el toreo.
Cuentan los macarenos que su madre es caprichosa. A la Macarena le gustan las cosas diferentes, esas que solo ella es capaz de poner en pie. Ella tenía una idea entre ceja y ceja, quería que la tauromaquia volviese a tener cabida en los temas de la hermandad. Tras bastantes años surgió la idea de organizar un festival taurino. Dicha idea partió de un hermano y miembro de junta llamado Eduardo Dávila Miura. Tan grande es el manto de la señora que el cartel conjugó parte de los más granado del escalafón. Nadie reusó la llamada de la Esperanza, ella quería que hubiera grandeza. Toreros retirados y en activo dieron el paso por y para ella. Las cosas pese a las complicaciones evidentes y lógicas fueron saliendo, ella sin duda puso su granito de arena para que el puzle encajara. Tal es el poder de la Macarena que la gente acudió en masa para arroparla una acción tan loable y con un fin tan importante.
…y llegó el día en que la Sevilla cofrade y taurina se echó a la calle. La Maestranza se engalanó como en sus mejores citas. Tambores, cornetas y armaos se dieron cita en el centro de la ciudad para dotar al doce de octubre de un sentido mayor. Rompió el paseíllo y comenzó todo. Antes Tejera le había regalado a Sevilla un pasacalle con letras de oro sobre el bero baratillero. Todos sabemos que los caminos del Señor son inescrutables, y hoy junto a su madre hicieron que ese capricho se plasmara en el ruedo y colmara casi en su totalidad a una afición entregada. Ella quería por encima de todo que la gente acudiera y la afición respondió con un lleno de no hay billetes, pero la terna quiso tener un detalle con ella y con una Sevilla ávida de ver toros, entregándose en siete faenas con sus simas y sus cimas, pero que por encima de todo tuvieron el sello de cada uno de los actuantes. La Esperanza quiso que el mejor toro de la tarde fuera para Eduardo Dávila Miura, el causante de una tarde para la historia, no tanto por lo visto en el ruedo, que también, sino por lo que significó. Un animal de Daniel Ruiz bravo y enclasado, fijo y entregado, que propició a la postre una faena de puerta grande. También quiso que Morante más Gallista que nunca desplegara su capote de seda para realizar un quite de ensueño, tanto por su empaque como por su cadencia, temple y armonía. Esas fueron las cotas más altas de un festival con argumentos dentro de una tarde con detalles interesantes, en el que Manzanares dejó impronta de su clasicismo y Roca Rey volvió a dejar claro que su momento es éste y que no se le va a escapar. Un torero que ha revolucionado una tauromaquia que pedía a gritos un revolucionario en los ruedos.
Esos caprichos que hoy a la señora de Sevilla le fueron concedidos. Se lo tiene ganado. Los más necesitados le estarán eternamente agradecidos tanto a Sevilla como a la Esperanza por tan gran gesto de bondad y caridad. El fin era lo realmente importante y gracias a ella y a la ciudad más hermosa del mundo se han conseguido. Dios bendiga a la Macarena y a todos los que hoy hicieron posible que por encima de todo prevaleciera la entrega y solidaridad de un pueblo que abraza sus tradiciones y que ayuda con los ojos cerrados a todos y cada uno de los que le necesitan. Una vez más el toreo volvió a dar la cara. No es la primera ni será la última vez que esté ahí cuando se le necesite. Ojalá en años venideros el doce de octubre se arraigue en el calendario taurino como el día de la solidaridad. Esa que es tan necesaria en tiempos en los que prevalecen ciertas ideas y comportamientos que dan la espalda al pueblo.
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