PABLO LÓPEZ RIOBOO
Ureña y Jiménez dieron la cara en una tarde de enorme compromiso y presión para ellos.
Sevilla vivía su primera tarde de San Miguel con un cartel de gran interés para el aficionado; dos jóvenes espadas veían recompensados sus esfuerzos y triunfos de la temporada entrando en un festejo con una de las máximas figuras del toreo.
La afición, tan necesitada de nuevos valores, pedía como agua de mayo que la empresa apostase por esos nuevos valores que son tan necesarios para una tauromaquia tantas veces encorsetada. Ureña y Jiménez dieron la cara en una tarde de enorme compromiso y presión para ellos. Se jugaron la vida con una corrida nada fácil de la familia Lozano para gritar bien alto que tienen la capacidad para entrar en las ferias y en carteles de postín.
La empresa, tantas veces criticada cuando impera el cambio de cromos en vez de lo ganado en el ruedo, apostó y acertó acartelando a dos toreros que sabían que hoy era su tarde para subirse al tren de las ferias. Chapó por un empresario que supo darle a la afición lo que pedía, eso que Paco y Javier se ganaron con su espada y su muleta tantas y tantas tardes y que hoy volveron a refrendar en el albero baratillero pese a no triunfar de forma rotunda.
Hoy justificaron con creces su paseíllo, hoy dos toreros cuajaron una tarde marcada con el sello de la honestidad, la pureza y el valor.
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