Las Ventas, su idiosincrasia, su forma de ver los toros y exigir a los que forman parte del espectáculo; su exigencia hace de contrapeso con el desacerbado triunfalismo que vemos en las tardes de gran boato.
Tras el bochornoso momento vivido el pasado sábado en Las Ventas con el lanzamiento masivo de almohadillas mientras Ureña cuajaba al sobrero de Conde de Mayalde, este domingo varios jóvenes pertenecientes a la Asociación Juvenil Taurina Española sacaron una pancarta reivindicativa en la que denunciaban los hechos.
Tras dos años de pandemia, las cosas han cambiado mucho en las plazas de toros, que ha acogido en ocasiones a parte de un público neófito y con ganas de pasárselo bien, pero que olvida el rigor de esta plaza y la convierte en muchas ocasiones en algo distinto al templo que significa.
A una corrida de toros se va a ver toros, y más en Las Ventas. El toreo es grandeza y con estos actos se está manchando de una forma indigna. Los jóvenes, y no tan jóvenes, tienen que aprender a comportarse. Claro que queremos que los tendidos se llenen, que el toreo sea un reclamo para aquellos que buscan emocionarse con la faena de un torero. Pero no queremos público a cualquier precio, no queremos ese público de borrachera.
Madrid es una plaza exigente y eso lo saben todos los que acuden a ver toros o a participar del festejos. Gracias a esa férrea exigencia la deriva no es mayor. En el día de ayer la Asociación de Jóvenes Taurinos de España sacó esta pancarta en la plaza pidiendo respeto, ese respeto que no tuvieron aquellos que tarde tras tarde molestan a aquellos que acuden a ver una tarde de toros. En el ruedo hay toreros que se juegan la vida; esto no es un ballet o un teatro, aquí todo se hace de verdad y con esta actitud aquellos que van al puro divertimento quedan señalados. Como aquel, no sé si aficionado -de serlo se le tendría que caer la cara de vergüenza- que buscaba arrancarle la hombrera a Tomás Rufo en su salida a hombros. ¿Dónde ha quedado ese respeto por el torero?
Volvemos a esa exigencia de Madrid, a su idiosincrasia, a su forma de ver los toros y exigir a los que forman parte del espectáculo. Su exigencia, muchas veces feroz e injusta, descoloca a aquellos que no estamos acostumbrados a ir a Las Ventas asiduamente, pero entendemos que deben hacer de contrapeso con el desacerbado triunfalismo que vemos en las tardes de gran boato. Por eso hay que aplaudir la pancarta que la Asociación de Jóvenes Taurinos de España sacó este domingo.
Por todo esto es esencial una educación taurina, hacer pedagogía con aquellos que van a los toros sin saber quién es el torero o el banderillero, sin saber si salen seis toros por chiqueros o por el contrario los bueyes participan del espectáculo. Para ellos el reglamento debería contemplar ciertos aspectos de la lidia para que esta no se desmoronara como un castillo de arena cuando sube la marea. Por el bien de la tauromaquia todos debemos ayudar a nuestros compañeros de tendido, hacerles ver los aspectos de la lidia para que así ellos sean conscientes de qué se puede pedir y qué no, algo a la larga que será beneficioso para todos.
Claro que cada aficionado tiene un concepto del toreo, una forma de ver al toro, pero en el término medio está la virtud. La exigencia siempre es bienvenida mientras no sea sesgada. Madrid es el bastión del toreo, la cual debe cuidar al máximo los detalles durante un festejo taurino, porque por ello es la que marca la pauta. Pero Las Ventas también debería mirarse al ombligo de vez en cuando; una plaza de esta categoría no puede estar en el estado que está, y es inadmisible el abandono que sufre. Nunca fui amigo de las comparaciones, pero los señores políticos de la CAM deberían dejarse caer por otras plazas fuera de sus tentáculos y ver el cuidado de éstas. Una visita a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla -con su condición de privada incluida- les abriría los ojos a más de uno.
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